23 Junio 2018
No hace ni un mes que volví de Santiago, pero esto parece como el juego de la oca: vuelva usted a la casilla de salida. Esta vez empiezo con mis dos hijos. Salimos en coche de Reus una hora y media después de lo previsto, pero no importa, tenemos márgen suficiente, ya que hasta las 16h no sale el autobús de Pamplona a Roncesvalles. Al final, poco después de la una ya estamos en la estación de autobuses comprando los tres billetes. No aceptan reservas ni ventas por internet. Sólo venta en taquilla para el mismo día. Con los billetes en la mano, ya estoy tranquilo y nos da tiempo de sobras para comer y buscar aparcamiento apropiado. El coche no lo tocaremos en una semana. La idea inicial es llegar desde Roncesvalles hasta Logroño en 6 jornadas.
Poco después de las cinco llegamos a Roncesvalles, medio mareados. El paisaje es muy bonito, pero la carretera esta llena de curvas y el autobús se mueve mucho. Hacemos el check-in peregrino en el albergue, nos lleva casi una hora, justo para llegar a las seis a la misa del peregrino. La iglesia es pequeñita, pero muy bonita. Después aprovechamos para merendar y hacer fotos, antes de volver al albergue para ducharnos y poner las cosas en orden. La cena no es hasta las 20.30h, así que aprovechamos para estirarnos un rato.
En el restaurante donde hacemos el menú peregrino para cenar compartimos mesa con Guillerme, un brasileño que se dedica al màrqueting. Poco después se incorpora a nuestra mesa su mujer, Sandra. Nos explican sus peripecias en bici desde Saint Jean. Empezamos hablando en inglés, pero al poco decidimos cambiar al portugués/castellano, para que todos nos sintamos más integrados en la conversación.
El albergue cierra a las 22.00h, así que la sobremesa no se puede alargar mucho y nos despedimos. Mañana nos espera nuestra primera jornada, a priori sencillita, de poco más de 20 km.
Esta noche cambiaremos el ruido de los petardos por otro tipo de ruido: los ronquidos, que forman parte inseparable de la cultura peregrina.
E ultreia. E suseia.